Una de las enfermedades más frecuentes de este tiempo que nos ha tocado vivir es la necesidad de control. Tenerlo todo controlado, medido, cuantificado como si así pudiéramos tener una sensación ficticia de seguridad, de que la vida irá bien porque está todo bajo control y uno de los síntomas de esa necesidad de tenerlo todo bajo control tiene que ver con las expectativas.

Tener expectativas significa pensar que la vida tiene que discurrir de determinada manera, que cierta persona se tiene que comportar de tal o cual manera con nosotros o que para ser feliz tiene que suceder este o aquello. Cuando la realidad es que la vida manda y por mucho que queramos, la vida tiene energía propia que nos lleva hacia un lugar u otro y que, por fortuna, la mayoría de las veces nada tiene que ver con la idea que nos habíamos formado.

En esta época de tanto pensamiento positivo, en el que queremos triunfar, cambiar nuestra vida o atraer el éxito, lo único cierto es que hay ocasiones en las que tenemos poco que decir porque la vida es la que nos va poniendo por delante caminos, opciones y posibilidades. Hay ocasiones en que la vida manda con una fuerza tal que sólo podemos plegarnos a lo que nos trae, agachar la cabeza y aprender de eso que nos ha puesto por delante.

Y no digo que no planeemos, que no soñemos o que no tengamos metas. Ni mucho menos. Visualizar hacia dónde queremos ir y qué queremos para nosotros es uno de los ejercicios más saludables que conozco. Sólo digo que hay ocasiones en la que es necesario soltar todas las expectativas para dejarse empujar por aquello que nos trae la vida. Los objetivos son necesarios, pero también lo es danzar con la vida, con lo que llega, con lo que hay, con eso que en gestalt llama lo emergente, lo que hay aquí y ahora.

Necesitamos un rumbo, un norte, pero una vez puesta la dirección hacia ahí, tal vez está bien entretenerse por aquello que nos encontramos por el camino y que, al fin y al cabo, nos enriquece y nos hace ahondar en el camino del viaje interior, el viaje de conocernos y conectar con nosotros mismos.

El otro día un cliente me dijo tras una sesión que estaba muy contento porque había cumplido sus expectativas. Le dije que me alegraba, pero que se haría un gran favor a él y de paso a mí soltando esas expectativas. Cuando tú tienes expectativas es porque esperas algo. Tienes, por así decirlo, una hoja de ruta diseñada, un logro que quieres conseguir, algo que ya has previsto que pase. Si no sucede eso que habías previsto, conectarás con el sufrimiento porque tus expectativas no se han cumplido. ¿De verdad te mereces vivir así?

Éste es uno de los principales problemas en las relaciones entre personas. Lo habitual es que esperemos que fulanito o menganito nos trate de tal o cual manera y si ese fulanito o menganito es nuestra pareja la expectativa suele ser mucho mayor. En el caso de que esa persona no cumpla la idea que nos hemos hecho es cuando surge la frustración, la queja y cuando pensamos que está intentando fastidiarnos la vida.

“Nunca deberías tener expectativas con respecto a los demás. Simplemente sé bondadoso con ellos.” Pema Chödron.

¿Qué sucede si sueltas esas expectativas y dejas que la vida te sorprenda? ¿Si dejas que se te ponga por delante eso que te toca vivir, te toca conocer o descubrir? ¿Cuál es tu relación con las expectativas y cómo te afecta en la vida tenerlas?