DSC_0109

Las emociones no son malas o buenas. Simplemente son, por mucho que nos empeñemos en catalogarlas como positivas o negativas. Tienen su utilidad y están a nuestro servicio: por ejemplo, el miedo nos ayuda ser conscientes de los peligros y a huir de ellos, mientras que pasar por la tristeza es útil a la hora de asumir las pérdidas. Cuando dejan de ser útiles y se convierten en un castigo es cuando las llevamos a su extremo, cuando el miedo se convierte en parálisis o en sometimiento y la tristeza en victimismo e incapacidad.

Esta mañana, observando este mar embravecido y furioso que podéis ver en la fotografía de arriba, me ha dado por pensar en la ira, una emoción que nos negamos pero que, al igual que el miedo o la tristeza, es de gran utilidad. Esta mañana, observando ese mar imponente, he caído en que la ira es algo consustancial a la naturaleza: el mar hoy estaba iracundo, intenso, revuelto. El viento de levante lo había provocado y él se revolvía con toda su fuerza, sin negársela, sin ocultarla, sólo aceptándola, viviéndola.

La mayoría de los mortales solemos tapar esa ira. Podemos volverla contra nosotros mismos, transformándola en una exigencia de perfección exagerada. Queremos ser perfectos, o bien que los otros sean perfectos o que el mundo se convierte en perfecto. Quienes optan por esta salida son esas personas que están de forma continua juzgando lo que hacen los otros, cómo lo hacen y buscando la mota de polvo en la manga de su chaqueta. Otros se desconectan de la ira, hacen todo lo posible para no sentirla y se dedican a narcotizarse con la bebida, la comida o viendo series de forma compulsiva. Hay otros que la asumen como una seña de identidad, aunque de una manera desmedida; se convierten en autoritarios, acusadores y usan esa ira para dar miedo al resto del mundo.

Está claro que ninguna de estas tres salidas es sana. Lo sano sería que cada uno de nosotros supiéramos usarla a nuestro favor, como un motor en lugar de como una limitación. ¿Para qué puede servir la ira com motor? Pues puede servir para ir hacia aquello que deseamos, para afrontar peligros, para decir no, para arriesgarse, para establecer límites, para salir de la zona de confort… Sus utilidades son múltiples.

El primer paso para convertir a la ira en un aliado en lugar de huir de ella es tomar conciencia de que está ahí, aprender a sentirla en nuestra cuerpo, observarla, sin juicio. Si esa ira es muy fuerte, se puede sacar, de una forma controlada, golpeando un cojín o el colchón de la cama. Una vez que tomamos conciencia de que eso que sentimos es ira y somos capaces de permanecer en ella, vivirla, observarla y aceptarla, todo cambia. En lugar de dejar que nos lleve la emoción seremos nosotros quien podremos llevarla y usarla para lo que nos convenga, al igual que el velero que surcaba esta mañana el mar usaba la fuerza del viento para ir rápido y para llegar a buen puerto.

Pregunta poderosa

“¿Cómo se expresa la ira en mí? ¿Cuáles son las sensaciones corporales asociadas a la ira? ¿Para qué me sirve?”