¿Alguna vez te has dicho ‘no siento nada‘? ¿Crees que es posible vivir sin sentir, sin experimentar lo que es la tristeza, la ira, el dolor o el miedo? ¿Crees que una vida en la que no se experimente ningún sentimiento es vida? Ésa es la propuesta de una película que acabo de ver, Equilibrium, que narra cómo es una sociedad futura en la que está prohibido tener sentimientos. Para inhibir esos sentimientos usan una droga que es obligatoria tomar: así el Padre, quien controla esa sociedad, se garantiza que nadie siente ni padece pues su teoría es que si las personas no sienten, tampoco habrá guerra.

La película no es gran cosa, lo que sí me pareció espectacular es el punto de partida que tiene y las preguntas que nos pone por delante, con ese no siento nada que alguno nos habremos dicho en voz baja alguna vez. A mí la primera que me viene y la que me resultó más impresionante es si es posible vivir sin sentir, si podemos tener una vida que llamemos vida sin tener acceso a nuestras emociones.

Hay algunos a los que nos es más difícil distinguir qué sentimos. Yo me incluyo en ese grupo. De hecho, más de una vez me he lamentado porque no siento nada. Normalmente tengo muy claro qué es lo que deseo, qué es lo que necesito. Suelo saber hacia dónde me tengo que mover, me es fácil conectar con mi instinto, pero me resulta muy difícil discernir con claridad qué es lo que siento. A veces siento ira, pero si me paro a observar esa sensación de ira acabo dándome cuenta de que debajo lo que hay es tristeza, una tristeza que está más profunda y con la que, por mi carácter, me resulta díficil conectar, de ahí que sea más fácil ver la ira que la tengo más  a mano.

Hay personas que son optimistas compulsivas y a las que les resulta muy difícil contactar con su tristeza. Ven siempre la vida color de rosas y parece que el dolor y la pena no existan en su vida. Tan irreal es lo que le sucede a ellos como a esas personas que son unas ovillapenas y que está siempre suspirando y anhelando algo que está por llegar. Esa pena es tan irreal como la alegría compulsiva y lo que sucede a esas personas es que están en contacto con una parte de lo que sienten pero no con su contrario, que existe y merece ser vivido.

Por si todo esto fuera poco, vivimos en un mundo en el que sentir está mal visto. ¿Qué pensaríamos si viéramos a un presidente del Gobierno llorando a moco tendido? La propuesta de Equilibrium no es tan lejana como en un principio nos podría parecer. Cada vez valoramos más las habilidades de tal o cual persona, sus talentos, su creatividad, lo que hace bien, pero no valoramos que sepa gestionar sus emociones. Y por gestionarlas entendemos también el observarlas y el sentirlas.

Si tienes dudas sobre cómo llevas tú esto de sentir las emciones, te propongo un ejercicio práctico que suelo hacer con mis clientes de coaching personal y con los pacientes de terapia. Siéntate diez minutos y, simplemente, pon la atención en las emociones que van surgiendo. Pueden aparecer pensamientos, pero mi propuesta es que vayas un poco más abajo, hacia el cuerpo, y que pongas atención en qué sensaciones aparecen y en qué lugares. Elige una de ellas y obsérvala, sin juicio, simplemente mirándola como la de una persona que entra por primera vez en un edificio maravilloso, dejándose asombrar y con una curiosidad infinita.

¿De qué te has dado cuenta observando esa emoción? ¿Crees que es posible dejar de decirte ‘no siento nada’? Me encantaría escuchar a través de los comentarios del blog cuál ha sido tu hallazgo.