Yo soy de esas personas casi obsesionadas con su teléfono móvil. Aunque lo normal es que lo tenga en silencio, aprovecho cualquier hueco para consultarlo y para comprobar todo lo nuevo que ha entrado. Como nos pasa a casi todos, los mensajes de whatsapps, de correo electrónico y las notificaciones que entran por Facebook y por Twitter acaparan gran parte de mi atención. Así que pasar nueve días sin móvil se presentaba a priori como todo un reto.

Además, lo uso para leer libros y para leer las noticias y navegar por internet. Nada que no hagamos ya el común de los mortales, más centrados en muchas ocasiones en el dichoso aparato que en mirar a los ojos a la persona que tenemos en frente.

Soy una semi enganchada al teléfono, lo confieso. Sí, por ejemplo, intento durante las noches dejarlo en un habitación diferente a la que duermo o, cuando estoy en alguna tarea, no consultarlo. Aunque esto último en muchas ocasiones es una utopía y, aunque esté haciendo algo, como escribir este post, le echo una miradita de reojo cuando necesito distraer mi atención. Cuando salgo de las sesiones de coaching, sobre todo cuando he tenido varias seguidas, lo primero que suelo hacer también es irme hacia él a ver qué mensajes hay.

No soy de hablar por teléfono. Soy más de usarlo para conectarme al mundo, soy más de mandar mensajes y de recibirlos. Creo que me resulta más fácil y operativo eso del mensaje porque lo dejas ahí y en cualquier momento la otra persona puede leerlo y contestarte, de modo que la llamada intento usarla sólo para lo imprescindible, para lo muy urgente o para lo muy personal.

Así que, ¿a santo de qué una persona como yo decide estar nueve días sin móvil? He de decir que no ha sido una decisión personal. Ha sido de esas decisiones impuestas. Bueno, más que impuesta era una condición para participar en un retiro de meditación y de silencio que he hecho y que ha durado nueve días. Si quería hacerlo, tenía que pasar de teléfono móvil y de tener cualquier contacto con el exterior. Ni ordenador, ni tablet, ni nada de nada. Ah, ni tampoco nada de lectura. Mi familiares sí que tenían el teléfono del sitio para localizarme en caso de que fuera necesario.

Con el resto del mundo tomé las medidas preliminares necesarias. A las personas que podían necesitar contactarme, como clientes, les advertí de que iba a estar nueve días sin móvil y que cualquier mensaje lo respondería a partir del lunes 21 de noviembre. Lo mismo hice con las personas con las que colaboro en diferentes proyectos y con los amigos que tengo más contacto.

Nueve días sin móvil: lo que he aprendido

¿Qué he aprendido de estos nueve días sin teléfono móvil, de incomunicación total?

  1. El mundo sigue rodando aunque tú estés desconectada. Ya sabéis que una de las ideas que tenemos muchas de las personas con empresas es que no podemos desconectarnos ni un minuto porque la empresa se puede venir abajo o se puede producir un cataclismo Es mentira. La empresa sigue rodando sin ti. Tiene su propia inercia. Hay decisiones urgentes que las tomarán las personas que trabajan contigo y hay decisiones que tendrán que esperar. Yo al menos he tenido muchas veces la sensación de que si no contesto ya, puedo perder clientes. En este caso, me han contactado personas para hacer sesiones conmigo y, cuando he vuelto a encender el móvil, les he explicado porqué lo tenía apagado y porqué he tardado varios días en contestarles y han sido comprensivos: no he perdido ningún cliente ni se ha producido ninguna hecatombe.
  2. Si alguien quiere contactar contigo, encontrará la manera de hacerlo. Si te llaman y el teléfono está apagado, si te escriben y no contestas, no importa. Si esa persona quiere contactar contigo, encontrará la fórmula para hacerlo, como la de buscar el número de teléfono de tu empresa en internet para llamarte y encontrarte.
  3. No pasa nada por no contestar al minuto un mensaje. El mensaje seguirá ahí. Cuando encendí mi móvil después de nueve días de estar apagado, encontré casi 300 mensajes de whatssap, varios de Facebook y unos cuantos correos electrónicos. Simplemente, me dediqué a contestarlos y a poner de nuevo en marcha la rueda. No pasó nada.
  4. Tanto atención al dichoso cacharrito, acaba abrumando. Lo que más he sufrido, aunque parezca paradójico, ha sido la vuelta al mundo digital. Los nueve días de retiro han sido de tener la mente centrada en una cosa, en lo que hacía en cada momento porque no podía distraerme con otra cosa. Sólo con mis pensamientos. Ahora mismo me siento lenta con el teléfono móvil, incluso con el ordenador. Es como si me abrumara las infinitas posibilidades que da tener el teléfono en la mano y también como si me aburriera mucho antes de aporrearlo.
  5. Se vive más tranquila sin tanta dispersión. Mirar cada dos por tres el teléfono para comprobar si hay algo me resta fuerza y me resta claridad mental. Lo tengo claro ahora. Para mí, es como una especie de droga a la que acudir para rellenar mis vacíos y para no sentir. Es una forma de anestesiarme de la realidad. El no mirarlo tan a menudo me permite estar más atenta y más centrada en lo que hago, más consciente y más viva. Y también más presente, pues no tengo nada que me permita escaparme cada dos por tres.
  6. No se echa tanto de menos. Pues no. He de decir que no lo he echado para nada de menos. No ha habido en ningún momento en el que haya pensado en mi teléfono móvil con anhelo ni con deseo. Es más, cuando salí tardé unas cuantas horas en encenderlo y otras cuantas horas más en activar los datos para dejar que entraran los mensajes. Había una parte de mí que se sentía libre de aquel cacharro y que no deseaba volver a la esclavitud que supone estar todo el día pendiente de él. Había otra parte que sí quería saber, conocer qué había pasado en el mundo. Era mi parte más cotilla, más de vivir en sociedad.
  7. Mi objetivo ahora: hacer un uso racional. Ya he vivido en mis carnes propias la dispersión que produce en mí el teléfono móvil. Cómo el mirarlo hace que mi atención esté constantemente vagando de un lugar para otro y la claridad mental que esto me resta para el día a día. ¿Cómo hacerlo a partir de ahora? Mi idea es intentar hacer un uso más racional. Ya sé que no pasa nada si estoy nueve días sin móvil. Quizás podría intentar mirarlo cuando trabajo cada x tiempo, algo así como al final de la mañana y al final de la tarde para contestar los mensajes que haya y las llamadas. Y durante los fines de semana, pues intentar disminuir su uso mucho más. Como tomarme unas mini vacaciones de móvil.

¿Cómo te llevas con el teléfono móvil? ¿Crees que podrías estar varios días sin tenerlo en la mano? Me encantaría que me contaras cuál es tu relación con este aparato y cómo lo haces para sobrellevarlo en el día a día.