Emprender es un acto de fe, no me cabe la menor duda. Y en ese acto de fe uno de los principales miedos que tenemos es el dichoso miedo al fracaso, a equivocarnos y a tener que cerrar ese proyecto al que le hemos dedicado tanta ilusión y tanta energía mucho antes de que dé los resultados que habíamos soñado.

Emprender es una lucha dura, no me cabe la menor duda. Lo sé por lo que estoy viviendo en mis propias carnes, cuando hace ya tres años comenzamos a montar Viventi. Y lo sé porque los emprendedores que trabajan conmigo en nuestro programa de desarrollo profesional me lo cuentan. Me cuentan sus miedos, sus dudas, su temor a no lograr ese sueño que persiguen y a quedarse en el camino.

Emprender también requiere una buena dosis de imaginación y de flexibilidad, tampoco me cabe la menor duda. Creo que si hay algo importante a la hora de llevar  a cabo un proyecto propio es esa flexibilidad que puede hacernos ver un negocio donde, por ejemplo, sólo hay un montón de mariscos congelados.

Aunque el ejemplo pueda parecer absurdo, cuento el porqué de ponerlo sobre la mesa (¿o quizás deberíamos decir sobre la pantalla?). Uno de mis lugares preferidos para ir a tapear en Arroyo de la Miel, donde vivo y donde está Viventi, es el mesón Tío Blas. Si por algo se caracteriza el Tío Blas es por sus jarras de cervezas heladas y sus platos de gambas cocidas con sal gorda por encima (sólo hay que ver las opiniones de TripAdvisor). Toda una delicia, en especial en verano, cuando el calor aprieta y cuando Benalmádena se llena de veraneantes y de vecinos que matamos por una cerveza helada y por un buen pescado.

El modelo del Tío Blas es similar al de McDonald’s, sólo que en lugar de McMenús ofrece menús de jarra de cerveza helada con un plato de gambas, o con un plato de ensaladilla rusa, o con cuatro mini hamburguesas, por ejemplo. Además, también tiene mariscadas muy ricas y a muy buen precio y una carta mucho más extensa y nutritiva que la de McDonald’s, todo hay que decirlo, con platos de bacalao riquísimos y unos boquerones al limón exquisitos.

Yo, que soy el barrio de toda la vida, conocí hace ya más de 20 años ese mesón como uno de esos típicos bares de pueblo al que van los vecinos de siempre a jugar al dominó y a las cartas. Pero fue más o menos por esa época cuando Blas hijo (el bar lo fundó su padre) le pegó un vuelco y cuando el Tío Blas comenzó a convertirse en el rey de las jarras de cerveza, las gambas y las mariscadas.

¿Cómo un bar así da ese giro y cambia por completo su modelo de negocio? Yo, que soy curiosa por naturaleza, me lo había preguntado más de una vez pero, cosas de la vida y después de 20 años yendo allí muy a menudo, fue la otra noche cuando tuve una charla con Blas hijo y me contó cómo surgió la idea de transformar su modelo de negocio y de especializarse en los mariscos.

Mariscos congelados

Por aquella época, Blas puso una tienda de congelados cerca del bar, que todavía regentaba su padre. Después de dos o tres años de actividad, cerró la tienda de congelados porque no iba como debía, aunque le quedó una remesa de mariscos congelados muy grande. ¿Qué hacer con esa remesa de mariscos congelados? Pues servirlos junto a jarras de cerveza heladas en el bar de su padre.

Así ni más ni menos fue como surgió el modelo de negocio del Tío Blas, ése que hoy se ha convertido en su seña de identidad y que hace que las noches de verano calurosas en la Costa del Sol vayamos allí en peregrinaje a beber cerveza helada y a irnos con olor a gambas y a mar en las manos.

A falta de MBA, Blas me regaló la otra noche una bonita historia sobre emprendimiento para aplicarme a mí misma, cuando me entran las inevitables dudas sobre cómo gestionamos Viventi, y para contarle a mis clientes de coaching y a aquellos que vengan a hacer el programa de desarrollo profesional y me hablen del dichoso miedo al fracaso. Y también me regaló un mantra para repetirme a mí misma y a ellos: ‘Si la vida te da mariscos, monta una marisquería’.

Si la vida te da Viventi