Para entrar en el mes de noviembre hay que atravesar el camposanto. Sea cual sea nuestro credo, es inevitable recordar en estas fechas a aquellas personas que han fallecido y cuyo recuerdo tiene un espacio especial en esta jornada dedicada a la muerte. Este año, mi duelo más significativo vivido hasta el momento cumple su mayoría de edad. Hace 18 que murió mi padre.
Yo tenía 18 años menos, estaba dando los últimos coletazos de mis estudios universitarios y mi vida era una autopista de cuatro carriles hacia el desarrollo profesional para el que había trabajado durante los últimos veinte años. Todo estaba bajo control. Cuando aconteció el fallecimiento de mi padre, inicialmente, lo viví como un suceso más. No sospechaba que sería el catalizador de un proceso de autoconocimiento intenso y que, aprendiendo a superar su pérdida, recuperé a mi padre para siempre.
Cuando mi padre llegó a mi vida
Mi padre era un hombre de carácter tenaz y de carácter fuerte. Era marino mercante, capitán de barco en alta mar y en tierra. Daba igual el tamaño de la tripulación, que él siempre estaba al mando y al tanto. Tenía presencia en la distancia. Él se preocupó porque todos sus hijos tuviéramos los conocimientos y recursos para que nos convirtiéramos en mujeres y hombres profesionales y de provecho. Por su trabajo, pasaba mucho tiempo fuera de casa. Cuando se jubiló, fue como si un pariente lejano se instalara en el domicilio familiar. Así que la convivencia real comenzó cuando yo ya tenía 15 años.
El choque fue importante. A un lado del cuadrilátero, una adolescente con las hormonas a flor de piel, practicante de la resistencia pasiva, responsable, buena estudiante y defensora de los débiles. En la otra esquina, un viejo lobo de mar que, después de estar balanceándose al antojo de los vientos y los mares durante más de treinta años, se instala en dique seco definitivamente con un motín a bordo gestándose en las bodegas. Así que me pasé ocho años rebelándome a mi manera, al tiempo que buscaba su aprobación y su atención en todo lo que hacía. Tenía que compensar tres lustros de ausencia. La tarea fue ardua y costosa, porque cuando iba a empezar a demostrarle quién era yo, desapareció.
Estaba rabiosa. Aunque tuvo que pasar un tiempo y un proceso terapéutico para que me diera cuenta de ello. Cuando miro ahora atrás, veo a una joven, recién licenciada, preparada con el título universitario en la mano, lista y sin nadie que le diera el pistoletazo de salida.
Así era como me sentía. Como yo viví realmente la pérdida de mi padre fue con una paralización intelectual, emocional y física de la que me di cuenta gracias a que tenía que hacer el proyecto de fin de carrera. Cada vez que me sentaba delante del ordenador para redactar el trabajo, me daba un “nosequé” en el estómago que se me abría como un agujero negro en su clímax de expansión. Ahí cabía de todo, los donuts, por pares; las patatas fritas, por sacos, y nada de eso servía para saciar la angustia que me fagocitaba por dentro. Sin su brújula, estaba desorientada.
Después de un mes sin avanzar en el trabajo, me planteé que lo mismo tenía que pedir ayuda para superar ese momento.
Cómo superé la pérdida de mi padre
La pérdida de mi padre la superé sumergiéndome bajo un mar de emociones agitadas por corrientes profundas, gélidas y desconocidas. Una travesía dolorosa, emocionante y apasionante desde la que atisbé el horizonte en el transformé la negación, la rabia y la depresión en aceptación, amor y agradecimiento.
Mi proceso fue como son los procesos de duelo, solo que yo, en ese momento, no tenía ni idea de qué era eso. Me aferré a su ausencia como un náufrago en alta mar. El murió cuando yo terminé la carrera de periodismo. No sabría decir qué fue antes y qué fue después. Solo sé que me quedaba una asignatura y hacer el proyecto. Yo había estudiado que los seres vivos “nacen, crecen, se reproducen y mueren”. En un primer momento, asumí su muerte como una etapa más de la vida. La última, aunque una más. Y yo seguí mi rutina cotidiana.
Una vez fui consciente del atasco personal , acudí a la consulta de Carlos Odriozola para contarle lo que me pasaba, que no podía terminar el proyecto. Fue como el faro en la tempestad. Porque a lo largo del proceso terapéutico, sorteé olas gigantescas, ataque de tiburones hambrientos y saqué mi nave del hielo en el que estaba atrapada.
En las primeras sesiones me di cuenta de que mi aparente indiferencia era eso, aparente. Y que a falta de su presencia física, ahora mi padre estaba en todas partes. Estaba en el tribunal que tenía que evaluar mi proyecto fin de carrera, en los jefes que aún no había tenido, en las futuras parejas. También estaba enfadada. No era justo. Me abandonó en el momento en el que yo estaba preparada para convertirme en una mujer adulta, hecha y derecha, tal y como él quería. ¿Quién aprobaría ahora mis triunfos y ante quién alzaría mis éxitos?
Primero me rompí por dentro. Le grité mi cabreo bien alto, deseé por dentro y por fuera expulsar su recuerdo de mi existencia. Eso desbloqueó un corazón acorazado por el miedo y la culpa. Después, de lo más profundo de mi vida, emergió un dolor punzante que salía por todos los poros de mi piel y lloré. Lloré su ausencia, pasada, presente y futura.
La vida con mi padre
La terapia me ayudó a darme cuenta de que mi reacción inicial racional y fría ante la muerte de mi padre, no fue más que mi manera de defenderme ante el miedo que me daba vivir sin él. Tras un año de proceso, dejé de buscarle en referentes fuera de mí y me di cuenta de que era y soy “una mujer adulta, hecha y derecha, tal y como él quería.” Objetivo cumplido. El resto ya era cosa mía.
Así que le agradecí internamente los regalos de ultramar, los veranos en el barco en los que me enseñó a llevar el timón, en donde jugué al escondite en cubierta y donde me sentía como una polizona aventurera explorando nuevas y exóticas rutas marítimas. También le agradecí, por dentro y por fuera, los telegramas de felicitación, su afición por la lectura y que me descubriera los secretos de la máquina de escribir.
Mi padre está muy mayor, bastante enfermito … veo venir su muerte.
He estallado a llorar a pesar de no ser un texto sensiblero, me ha gustado mucho el artículo.
Hola Beatriz, gracias por tu comentario. Mucha fuerza y mucho ánimo para el momento que estás viviendo ahora. Besos.
Sin palabras, precioso…sigue siendo una asignatura pendiente en esta sociedad, gestionar nuestros duelos
Hola Sandra. Muchas gracias por tus palabras. Un abrazo!
Estoy velando a mi padre que falleció ayer delante mío sentado y estoy en shock total por lo rápido que fue y horrible momento de impotencia gritando pidiendo ayuda. He leído tu artículo y me ayuda aunque es diferente caso aunque la pérdida es para todos igual.Saber que ya no oiré su voz y sus bromas me produce un dolor horrible dentro de mi interior.Su ausencia desde ayer y así de golpe es algo que no se puede explicar.Solo espero que nos volvamos a ver ya que tanto amor no puede terminar aquí.tiene que haber algo más … Un beso muy grande para todos y no queda otra que tirar para delante como ellos hicieron antes que nosotros con sus padres.
Es cierto Miguel es tan doloroso el pensar que no se escuchara más su voz, sus consejos, sus anhelos, que estaremos esperando atisbados su presencia y que atraviese esa puerta, en donde tantas ocasiones se fue tan feliz, el mío tampoco esta desde hace mes y medio y lo añoro no he dejado de pensarle ni un minuto y día a día pido su guía y consejo, todo fué también tan de golpe e inesperado, me hace demasiada falta y si tanto amor no puede terminar, lo llevó en el día a día en mi corazón y pensamiento, besos y abrazos, esperando que pronto encuentres el consuelo y tener en cuenta que aunque un poco más lejos papacito lindo me estas mirando, hoy fué el primer cumpleaño sin tú presencia y me rompió el alma no escucharte como cada año, sin embargo se que nuestro amor perdurará por siempre y estas más que nunca presente en mi en lo que dejaste, soy tú legado y tú obra y están tús nietos para transmitirla. UN BESO ADORADO PAPACITO Y ABRAZOS DONDE QUIERA QUE ESTES TE AMO