Para mí el esfuerzo siempre ha sido algo muy importante hasta el punto de que no he valorado aquello que me ha llegado sin esforzarme. Me gusta esforzarme para conseguir lo que deseo. Es más, si ese objetivo que me marco no llega con sangre, sudor y lágrimas siento que no tiene ningún valor.

Esta es, podríamos llamarla, una de mis ideas locas o creencias limitantes. Te puedes preguntar en qué me limita a mí tener ese gusto por el esfuerzo, una actitud por otra parte tan bien valorada y tan necesaria hoy en día.

Yo también pensaba que no me limitaba en nada. Es más. Pensaba que era un valor tener esa capacidad inmensa de esfuerzo que hizo, por ejemplo, que durante mi adolescencia pasara al día tres o cuatro horas entrenando en la pista de atletismo para ganar todas las competiciones que se me pusieran por delante.

Llegadas a la edad adulta esa capacidad de trabajo ha hecho posible que durante los últimos dos años haya trabajado muchas horas diarias, incluidos los fines de semana, para sacar adelante mi empresa Viventi y que incluso el tiempo que no estaba trabajando estuviera dándole vueltas a qué hacer. “Si no me esfuerzo, los resultados no van a llegar”, me decía.

Ese esfuerzo ha sido durante estos dos últimos años una espiral en crecimiento, hasta llegar al punto de que antes de las vacaciones de Navidad trabajaba una media de 10-11 horas diarias y sin descansar ni un día. Sí, es cierto que en verano paré un mes y pico y que me cojo días o tardes, pero luego volvía a currar con más ahínco aún.  Es más, aprovechaba los fines de semana para trabajar aún más delante del ordenador. Y durante el tiempo que no trabajaba, no podía evitar pensar en el trabajo, en lo que me quedaba por hacer, lo pendiente, ese proyecto que podemos lanzar… Mi cabeza era una jaula de grillos y ni siquiera la meditación lograba pararla: sólo aparecían ideas relacionadas con el trabajo y los ‘tengo que’ y ‘debo hacer’ surgían por todos lados.

Sabía que ese no era el camino. Tengo a clientes de coaching que vienen a trabajar conmigo para desactivar ese automático, pero al mismo tiempo que reconocía que ese no era el camino me decía que tenía que dar un tirón más para lograr que Viventi tomara el rumbo que quiero que tome. La sensación continua era la del corredor que tiene que esprintar porque la meta está ya ahí cerca. Imagínate lo que supone vivir siempre así.

Todo este removidón emocional coincidió con un curso que he hecho para formarme como coach wingwave. En este tipo de formaciones, primero trabajamos en nosotros mismos las técnicas que después aplicamos con nuestros clientes. Y uno de los ejercicios era para trabajar creencias limitantes, como la que os he contado antes. Así que si de trabajar creencias limitantes se trataba, allí estaba yo con esa creencia mía que me andaba fastidiando la vida y que se podría resumir en ‘para ser feliz tengo que esforzarme mucho’.

El coaching wingwave (todo un descubrimiento para mí) se diferencia de otros sistemas de coaching en que va directo a lo que causó esa creencia tal vez cuando éramos niños, tal vez heredada de alguien de nuestra familia y provoca una especie de reseteo. En mi caso, todo el rollo éste con el esfuerzo tiene mucho que ver con lo que aprendí en mi familia: para mí el esforzarme significa ganar dinero y el ser independiente, el no tener que servir, de ahí esa compulsividad con el trabajo y con el esfuerzo.

Todo eso lo vi en ese trabajo que hicimos en el curso de coaching wingwave. Y lo curioso es que desde que he visto el porqué de esa idea loca algo se ha relajado dentro de mí. He empezado a tener de nuevo presente para qué creé mi empresa, qué me llevó a montar Viventi. Uno de esos para qué era el tener tiempo para escribir, para llevar una vida tranquila con el trabajo cerquita de casa, ayudando a personas en sus procesos personales, a realizarse y a conquistar sus sueños.

Una vida, en definitiva, más centrada en el ser y en el sentir en lugar de en el hacer, con hacer compulsivo al que estoy abonada.

Así que mis propósitos para este año tienen mucho que ver con el no tener propósitos.  relajarme, disfrutar más de la vida, de mi pareja, soltar expectativas, confiar en la vida, en lo que tiene listo para mí y dejar de meterme caña, esa caña que llevo metiéndome desde que tengo uso de razón, primero con el deporte y después con el trabajo. Supongo que decirlo así en voz alta me ayuda a que así sea, como una especie de declaración de intenciones.