Trabajo con valores en las jornadas de coaching y liderazgo del CIT Marbella.

Trabajo con valores en las jornadas de coaching y liderazgo del CIT Marbella.

La pregunta que titula esta entrada no es una pregunta que yo me haga porque la respuesta la tengo clara y diáfana. Es una pregunta que surgió anoche en las jornada de coaching y liderazgo que organiza el CIT Marbella y que estamos impartiendo Viventi, Picuality, Aristeia Coaching y Carlos de Sanjuán, entre otros. Ayer por la tarde fue el turno de éste último y después de un trabajo sobre valores planteó esta pregunta a los 40 participantes que había allí en Les Roches, donde se están celebrando.

Había gente que pensaba que sí, que eso es lo que humaniza a un jefe y a cualquier persona, lo que lo hace auténtico y cercano a los demás. Y había otras personas que pensaban que no, que un jefe no puede mostrar ningún signo de debilidad. Ha de ser lo más parecido a un ‘superman’ porque cualquier atisbo de duda o de inseguridad puede hacer que lo acaben echando a los leones y acabe siendo devorado cual esclavo de circo romano.

A mí me causó sorpresa darme cuenta que la competitividad feroz está tan arraigada en cierto tipo de empresas. La mayoría hemos trabajado para empresas, algunas más grandes y algunas más pequeñas, y todos hemos sido en cierta medida competitivos. Yo, desde mi experiencia personal, cuando he tenido un puesto de responsabilidad he notado la carga que supone el tener que tomar decisiones, muchas veces, como sucede en el mundo del periodismo que es del que yo vengo, de forma muy rápida, casi sin pensar porque la actualidad va más deprisa que tú.

Yo he trabajado en la edición digital de un medio que opera a nivel nacional y en una agencia de noticias también nacional y sé bien lo que es la competitividad: querer dar la noticia antes que nadie para que todo el mundo cite a tu medio y ganar ese día la partida. Eso genera una adrenalina que, al menos a mí, me ha causado adicción durante mucho tiempo y que ha hecho que mi competitividad (bastante desarrollada, lo reconozco, aunque ahora por fortuna esté un poco de capa caída) tenga una vía de escape.

Y ahora me surge esta pregunta: ¿el ser competitivo y bueno en tu trabajo, está reñido con la debilidad? Me acuerdo en este punto de Al Oerter. Para quienes no lo conozcáis Al Oerter tuvo muchos años en su palmarés haber sido el único atleta capaz de ganar la misma prueba durante cuatro Juegos Olímpicos seguidos hasta que después lo hiciera Carl Lewis, quien sí que os sonará. Oerter era lanzador de disco y a cada competición en los Juegos llegaba sin ser el favorito. Hubo incluso dos años, en Roma en 1960 y en Tokio en 1964, en los que llegó siendo de los competidores más débiles, con menos posibilidades porque había tenido sendas lesiones que a cualquier persona la hubiera incapacitado para lanzar.

“Yo no compito contra otros lanzadores de disco. Compito contra mi propia historia”, llegó a decir Oerter. En su historia, y ahí es donde voy,  había fortaleza y había debilidad, una debilidad que él mostraba con sus lesiones, con sus inseguridades, y había determinación. Creía en lo que hacía y ahí estaban los resultados.

Si te das cuenta de algo cuando haces un proceso de coaching personal, de coaching ejecutivo o de desarrollo personal por cualquier otra vía, es que todos vivimos en lo que en terapia Gestalt se denomina la polaridad. Si tú te consideras una persona fuerte, lo eres, sin duda, aunque también eres débil. El identificarte con la fuerza te viene bien para ciertas situaciones, para transitar por la vida, para superar momentos difíciles, para ir por lo que deseas. El drama es que una identificación a ultranzas con esa fuerza te impide vivir la polaridad, que es la debilidad, la vulnerabilidad, lugares en los que habita la ternura, la apertura, la compasión.

Los que vamos de fuertes (sí, ahí me incluyo yo también) solemos perdernos una mitad de la vida y es la mitad asociada a lo blando, al mundo de los sentimientos, de lo delicado, de lo bello. Nos armamos, vamos como acorazados, haciendo, logrando, alcanzando metas y, a menudo, nos perdemos el camino porque no miramos ni a los lados, ni arriba, ni al suelo que pisamos, sólo al lugar al que queremos llegar. Por no hablar de la separación que esa actitud nos provoca con la gente que tenemos a nuestro alrededor. Estamos tan centrados en el objetivo que no los vemos. Hay veces en que se convierten en meros instrumentos para lograr eso que queremos, ese objetivo que nos hemos marcado. ¿No es esto lo más parecido a la deshumanización?

Todo cambia si el camino se hace desde el corazón, mirando a los ojos de las personas que tienes cerca, confesando las dudas, exponiéndote, acercándote. Ése es el modo de disolver los miedos. Lo otro, sólo una manera de taparlos. Y ése es también el modo de poner en juego valores que seguros nos resuenan a todos como el amor, el valor, la entrega, la responsabilidad, la cooperación, la libertad, el coraje, la valentía, la superación.