No sé si te ha sucedido alguna vez. A mí sí. No sé si alguna vez has tenido la sensación de que tu vida se rompe, de repente, en mil pedazos y que todo carece de sentido. A mí sí que me ha pasado. Me sucedió hace ya casi cinco años y el detonante fue una ruptura de pareja. Yo lo daba, con 35 años, ya todo por hecho. Pensaba que iba a pasar el resto de mi vida con esa persona, que íbamos a formar una familia y que íbamos a hacer todas las cosas que las parejas hacen juntas.

De la noche a la mañana aquello cambió. Me di cuenta de que la vida podía cambiar en sólo un segundo y que ese cambio no dependía de mí ni de nadie, que hay veces que la vida es caprichosa y que tiene sus propios planes que no ha compartido ni compartirá con nadie. Ahí es donde todo cambia y donde, de repente, la vida se rompe en mil pedazos.

¿Qué es lo primero que hice cuando aquello sucedió? Yo soy una persona que me escapo haciendo. Cuando estoy incómoda por algo o no estoy a gusto me pongo a moverme de forma compulsiva. Así que eso fue lo que hice: actuar sin saber hacia donde iba. De lo que se trataba era de huir del vacío, de no entrar en el dolor porque el dolor era para mí algo incómodo, que rechazaba  y sobre el que prefería pasar de puntillas.

El sufrimiento seguía ahí. Estaba presente cada día, cada segundo, en cada exhalación y en cada inspiración como un testigo incómodo de quién soy y de quién no quiero ser. Podía ir a cualquier lugar, hacer cualquier cosa que el dolor estaba ahí, en mí. Y yo no era capaz de mirarlo cara a cara, sólo lo hacía de refilón como quien observa desconfiada una realidad incómoda.

¿Cuándo cambió todo aquello? En el momento en el que fui capaz de mirar cara a cara al dolor. Para mí mirar cara a cara el dolor supuso trabajarlo en terapia y ponerme a meditar en lo que sentía. Durante esas meditaciones lloré mucho, muchísimo, pero poco a poco hubo algo que se fue limpiando, purificando podríamos decir y que dejo paso a una calma y a una tranquilidad que no había tenido hasta ese momento.

Ya lo dice Pema Chödrön en su libro ‘Cuando todo se derrumba’: “Si realmente supiéramos la infelicidad que causa en este planeta nuestra evitación del dolor y nuestra búsqueda del placer, si entendiéramos que este hecho nos hace desgraciados y corta nuestra conexión con nuestro corazón y nuestra inteligencia básicos, practicaríamos la meditación como si se nos estuviera quemando el pelo.” 

A menudo he dicho que la meditación me salvó la vida y creo que sí, que en cierta medida hubo algo de eso porque gracias a la meditación eso dolor poco a poco se fue disolviendo para dejar paso a la alegría de estar viva y a un agradecimiento sereno y tranquilo por todo lo vivido.

¿Qué nos suele pasar? Que evitamos ese dolor a toda costa. Pensamos, como yo lo hice, que la salida al dolor es llenarlo de experiencias, de diversión, de olvidarnos de lo que ha sucedido. Sin embargo, la salida al dolor está en el propio dolor, en mirarlo cara a cara, acogerlo, vivirlo, experimentarlo, romperse en mil pedazos para después construirse como la persona renovada y purificada en la que te has convertido después de esa experiencia sobrecogedora.

Para unos esa experiencia sobrecogedora  puede ser la muerte de un ser querido, la pérdida de una pareja o de un trabajo. Cada uno tenemos algo que nos toca, que nos hace sentirnos desgraciados y que aniquila la esperanza de volver a ser feliz. Sin embargo, el sol vuelve a salir y la felicidad se puede volver a lograr por muy difícil que parezca en este momento.

Si éste es tu caso y quieres ponerle remedio, puedes solicitar con nosotros una sesión informativa gratuita de coaching o de terapia.